En efecto, no conozco otro criterio para juzgar la belleza de un acto, de un objeto o de un ser, que el canto que suscita en mi y que traduzco en palabras para comunicároslo: es el lirismo. Si mi canto era bello, si os ha trastornado, ¿osaréis decir que aquello que lo ha inspirado es vil? Podréis pretender que existen desde hace mucho tiempo palabras encargadas de expresar las actitudes más soberbias, y que a ellas recurro para que la más insignificante parezca soberbia. Puedo responder que mi emoción exigía exactamente esas palabras y que éstas acuden de manera completamente natural a servirla. Llamad entonces, si vuestra alma es mezquina insconsciencia al movimiento que lleva al niño de quince años al delito o al crimen, yo le doy otro nombre. Porque se necesita una frescura altanera y una hermosa osadía para oponerse a una sociedad tan fuerte, a las instituciones más severas, a leyes protegidas por una policía cuya fuerza consiste tanto en el miedo fabuloso, mitológico e informe que se instala en el alma de los niños, como en su organización.
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